Agua para Bruno Calero

Abstract

Dedicado a Pepe Mejía. El relato cuenta la historia de Bruno Calero un aventurero que prueba suerte buscando oro en el Catatumbo, y que al regreso a casa, en Puerto Berrio, después de seis meses de ausencia, infectado por el anófeles, encuentra a su esposa muerta y a sus pequeños hijos de sirvientes en un hotel. Desde niño Bruno había viajado por toda la geografía del país. Aquí y allá había dejado su huella: el recuerdo de su conversación, un hijo natural, un bambuco que le servía para enamorar y no pagar las cuentas. Pero ahora, enfermo y desahuciado viajó en un vagón de carga hasta Medellín donde encontró todas las puertas de iglesias, hospicios y hospitales cerradas. Deambuló por Guayaquil entre rameras, borrachos y rateros, entre los comerciantes del Parque Berrio donde escuchó las campanas de la Candelaria como un martillo en sus sienes. Siguió caminando hasta encontrar la única puerta abierta en el jardín de la casa de don Lucas Arbeláez, donde se paró a beber agua de un surtidor rodeado de claveles y begonias. Inmediatamente reconoció el agua de la Cordillera que baja desde los Andes. Este líquido, para él, “con el sol a cuestas”, vivifica su espíritu y reanima el “dolorido cuerpo crístico de Bruno, de este hombre que fácilmente pudo ser José Restrepo” (1980, 405).