Los Cien Años de Walt Whitman

Abstract

William Ospina (Tolima 1954) es poeta, ensayista, traductor y novelista de tiempo completo. Estudió Derecho y Ciencias Políticas en la Universidad de Santiago de Cali. Actualmente es columnista del periódico El Espectador. Obras de poesía suya son: Hilo de arena; El país del viento; ¿Con quién habla Virginia caminando hacia el agua?.Libros de Ensayos: Aurelio Arturo; Es tarde para el hombre; Esos extraños prófugos de Occidente; Los dones y los méritos; Un álgebra embrujada; Las auroras de sangre; Los nuevos centros de la esfera; ¿Dónde está la franja amarilla?; La herida en la piel de la diosa. Y las novelas: Ursúa; El País de la Canela. Su prolífica obra es testimonio estético de la literatura latinoamericana. En ella con belleza en el estilo y claridad en las ideas, delata su pensamiento crítico respecto a la historia del continente y el país así como los peligros que implica olvidarla. Pero sea de la índole que fuere sus ensayos están recubiertos siempre de un ropaje literario. Más todavía cuando se trata de ensayos sobre escritores, apasionantes lecturas que le son motivo para pensar y comprometerse con el presente de su tierra y consigo mismo. Los cien años de Walt Whitman, verbigracia, alaba la sensualidad y la vitalidad del poeta de Manhattan, presentes en sus dos obras capitales: Canto a mí mismo y Hojas de Hierba. Todo el ensayo resalta la infatigable celebración de la naturaleza en su pureza más elemental, aire, agua, fuego y tierra. Afirmación imprescindible para la realización del ideal democrático griego que Whitman encarna y sueña en tanto futuro para la especie. A saber, la libertad integral del hombre. Esa felicidad que le viene dada por una espontánea y entusiasta captación del instante que, a su vez, sustenta la restauración del paganismo que quiere operar. Noble empresa de devolver al hombre la tierra como patria originaria para cuyo regreso es preciso abandonar doctrinas y dogmas religiosos o morales, aún más, toda la tradición de héroes y dioses. Es el presente como manifestación de una divinidad impersonal y absoluta de la que el hombre es una parte más, conciencia y lenguaje de ella; el presente de los cuerpos del firmamento presentes ante su cuerpo lo que le concierne a su poesía. Los cantos de Whitman, serenos, soberbios, exaltados tienen la inocencia religiosa de quien nombra el mundo por primera vez y lo saluda, de ahí sus abundantes enumeraciones. Un eterno presente que, sin embargo, en sus poemas no tienen la ingenuidad de quien canta la felicidad olvidando su contrario, la desgracia. Con su tono íntimo Whitman canta la vida y la muerte, el tiempo y la eternidad desprovisto de culpa o remordimiento, pero con el reconocimiento de la belleza y enigma que a cada cosa corresponde. Whitman hizo de la tierra y del cuerpo no sólo su felicidad sino también su destino. Ellos constituían la milagrosa armonía, materia prima de su canto, comprensión fraterna de un universo que se transmitía en poemas cordiales donde todas las criaturas tenían acogida.