Honoria Lozano

Abstract

Honoria Lozano calentaba a todos en Quibdó porque tenía ritmo en el sentar. Se sentaba, se apoyaba y era ahí cuando el gozo la convencía de que aquello no podía ser pecado. Sin embargo, como quedaba con sus dudas, iba y se confesaba con el padre y le preguntaba si en el cielo estaba permitido gozar restregándose el condé. El padre, que además de ser todavía joven era nuevo en el lugar, no tenía idea de qué era un condé. Así como tampoco sabía, porque nadie se lo había dicho, qué era aquello de ritmo en el sentar. Y como no preguntó sino que se atragantó con tanto interrogante, cayó poseído por una fiebre que le entiesaba la verga y que lo hacía delirar con sólo acordarse del cuento del condé. Muchos creyeron que el padre había enfermado de un mal de convulsión, pues se pasaba todo el día frotándose con la losa del altar y eyaculando en la sotana. El obispo, atendiendo las quejas de la gente, optó por enviar al padre a Medellín, ignorando que la cura de su calentura no estaba en ningún hospital sino en Quibdó, junto a Honoria Lozano. Por eso, al no mostrar ninguna mejoría, los psiquiatras decidieron que lo mejor sería dejarlo volver. Cuando Honoria tornó a confesarse era la última vez que lo hacía, ya que había concluido que en vez de un castigo el ritmo en el sentar era un regalo de Dios. Amalia Lú Poso Figueroa, nació en Quibdó en 1947. Es psicóloga de profesión. Además de cuentista es también cuentera, aprovechando toda la tradición oral de su región. Su único libro de cuentos se titula Vean vé, mis nanas negras. El texto aquí reseñado se encuentra en la antología Cuentos y relatos de la literatura colombiana (Tomo II), seleccionada por Luz Mary Giraldo.