Canciones de un niño triste

Abstract

Rogelio Echavarría nació en Santa Rosa de Osos (Antioquia), en 1926. Trabajó como periodista durante muchos años, buena parte de ellos en el periódico El Tiempo de Bogotá. Por lo demás, ha sido un hombre reservado en lo que a su vida se refiere. Integró la generación que surgió en la vida literaria de Colombia entre los años 40 y 50, y que se conoció como Cántico o Mito. Es considerado como uno de los representantes más importantes de la poesía colombiana contemporánea.

Esta selección resulta especialmente interesante porque, a pesar de reunir poemas escritos a muy temprana edad -Rogelio Echavarría escribió su primer poema a los diez años-, presentan un lenguaje cuando menos sorprendente. El libro está dividido en tres partes: ""Primeros poemas (1936-1941)"", ""Canciones de adolescencia (1942-1946)"" y ""Elegías prematuras"". Pero esta suerte de iniciación poética no implica candidez y dulzura infantil en la temática de los poemas; más bien cabe pensar en un autor precoz. Si hay algún rasgo que remita a la infancia de quien escribe, éste es la musicalidad de los versos, casi todos ellos muy cortos -de seis, siete u ocho sílabas-, en un ritmo que recuerda las nanas o los villancicos. Así pues, el autor no presenta las reflexiones e inquietudes que determinarán su poesía posterior, ni tampoco sus rasgos formales -que resultarán evidentes años después-; pero su lenguaje se percibe, ya desde estos escritos, más cotidiano que excesivamente elocuente o rebuscado. Esta cotidianidad está presente en el tipo de imágenes: lugares concretos, como el portón de una casa, personajes de la infancia, la calidad de sus símiles o los personajes de los poemas. El lector encontrará, asimismo, sonetos en donde el sujeto poético se muestra más emotivo; dichos sonetos (las elegías) son, claro, piezas de corte melancólico.

El libro también incluye una serie de comentarios, referencias de prensa, cartas y anécdotas a propósito de los primeros años de Rogelio Echavarría en el oficio de escritor, de poemas, sí, pero también de prosas poéticas, cartas, notas periodísticas, etc. Finalmente, un epílogo que constituye un homenaje a Esther González, un personaje fundamental en la infancia y adolescencia del autor y, por eso mismo, una mujer querida y respetada, con quien mantuvo una estrecha amistad. Ella, Esther, fue la primera lectora del poeta, y por eso el libro cierra con una serie de textos para honrar su memoria.