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Campo DC Valor Lengua/Idioma
dc.contributor.authorArdila Ariza, Jineth (Autor)-
dc.date.accessioned2019-01-29T20:08:58Z-
dc.date.available2019-01-29T20:08:58Z-
dc.date.issued2013-
dc.identifier9789587614664-
dc.identifier.urihttp://biblioteca.udea.edu.co:8080/leo/handle/123456789/6104-
dc.description.notesAnálisis y sistematización de información: Gustavo Adolfo Bedoya Sánchez, profesor de la Universidad de Antioquia.Proyecto: “Balance historiográfico de las publicaciones periódicas hispanoamericanas: temas, enfoques y conclusiones”, inscrito en el Sistema Universitario de Investigación y cofinanciado por la Estrategia de Sostenibilidad para grupos de investigación CODI 2013-2014.Institución: Universidad de Antioquia, Grupo de Investigación Colombia: tradiciones de la palabra.-
dc.description.abstractLa mayor peculiaridad de esta investigación es su original composición material: los editores utilizaron algunas páginas pares en pro de las fuentes históricas, ya fuera para ilustrarlas o para exponerlas en detalle; lo que nosotros leemos como una acertada y necesaria invitación a la consulta explícita de las mismas. Por otro lado, la investigación tiene un valor académico múltiple: sus conclusiones aportan a los estudios históricos de la literatura, a la historia cultural, a la historia de los medios de comunicación y a la historia de las ideas. No sobra indicar que la autora se permitió un examen minucioso de sus objetos de estudio, tal como lo expondremos a continuación. En la “Introducción” se determina el objetivo de la investigación: la confrontación ideológica –en términos políticos y literarios–, entre la generación del Centenario y la generación de Los Nuevos, confrontación que permanece expuesta en las publicaciones periódicas culturales de la década de 1920. Como era de esperarse, la investigación expone la tensión entre el liberalismo y el conservatismo; pero además, suma en esta confrontación el nacimiento del socialismo y la presencia de la ultraderecha en Colombia. Asimismo, en el plano literario presenta las luchas ideológicas de la tradición clásica y romántica, con las tradiciones simbolistas y modernistas, pero en constante choque con los movimientos de vanguardia (los mismos que la historiografía tradicional ha desconocido). Para la autora es evidente la defensa activa que se hizo de estos movimientos, aunque tal como ella lo apunta: dichos movimientos nunca lograron posicionarse por encima de los movimientos tradicionales. La investigación empieza con dos aclaraciones conceptuales que la investigadora da en llamar “prescindibles”. La primera aclaración “Postmodernismo y vanguardia: un problema de periodicidad literaria”, se centra en el hecho de que las historias de la literatura han marcado la existencia de las vanguardias en Colombia como parte de otros procesos, ya sea como parte del fin del modernismo, o el inicio de la literatura actual. Así, la autora considera la necesidad de estudiar la aparición de la Vanguardia, lo que significa hacer una nueva lectura de la historia de la poesía colombiana. No sobra indicar que su indagación está basada en Antología de la poesía española e hispanoamericana (1882-1932), de Federico de Onís, e Historia de la literatura hispanoamericana, de Enrique Anderson Imbert. La segunda aclaración “Colombia en los estudios y antologías sobre la poesía latinoamericana de los años veinte”, expone un hecho crucial en la historiografía: o las antologías no incluyen ningún apartado sobre Colombia, o tan sólo incluyen a algunos poetas aislados, el caso de León de Greiff, Luis Carlos López, Luis Vidales y Luis Tejada, a quienes se les dedica –por otro lado– muy pocas líneas. Asimismo, el capítulo enfatiza y delimita el objetivo central del libro: la intención del libro no es demostrar la existencia de la vanguardia en Colombia, sino de la discusión crítica sobre los movimientos de vanguardia; y en este sentido la autora presenta gran parte de lo que consideramos es el estado del arte de su estudio, en donde las investigaciones se detienen en Los Nuevos, pero olvidan a Los Leopardos, Los Arquilókidas, el grupo de Caminos, Los tres búhos, la generación de la boina vasca, los post-nuevos, los albatros y los bachués. A estas aclaraciones conceptuales le sigue la parte más importante del libro: “Vanguardia: crítica, reacción y revolución”, dividida en nueve capítulos titulados, en los que se concentra la descripción de los autores, las ideas y las publicaciones periódicas en las que se produjeron las discusiones sobre la pertinencia de los movimientos de vanguardia. El primer momento de esta revisión se centra en Ramon Vinyes y Enrique Restrepo, coordinadores de Voces (Barranquilla: 1917-1920). Para la autora de la investigación esta revista permitió una presencia activa de textos relacionados con las Vanguardias: manifiestos, poemas y críticas; sin embargo, aclara Jineth Ardila: “La relación de Voces con la vanguardia poética fue únicamente de carácter informativo” (76). Sigue el análisis de La República (Bogotá: 1921-1922), de Alfonso Villegas Restrepo, diario que le dio cabida a los textos de Los arquilókidas, colombianos que se basaron en la figura de Arquíloco de Paros, poeta griego de la antigüedad, reconocido por su crítica feroz a las costumbres y hombres de la época. Desde el 23 de julio de 1922 los colombianos publicaron, a manera de manifiesto, sus arquilokias en donde criticaron a todo hombre e institución cultural de la época. El grupo estuvo conformado por Silvio Villegas, Joaquín Fidalgo Hermida, Luis Palau Rivas, León de Greiff, Luis Tejada, Hernando de la Calle, José Umaña Bernal, Juan Lozano y Lozano y Rafael Maya. Su propósito fue inventar una nueva crítica que denominaron “comprimidos de revaluación crítica” (89), atacaron primero al propio director del periódico, pero también a Marco Fidel Suárez, Tomás Rueda Vargas, Ricardo Nieto, Quijano Mantilla, Juan Vicente Concha, César Julio Rodríguez, José Joaquín Casas, Laureano Gómez, Armando Solano y Guillermo Camacho, y se proponían hacer lo mismo, entre otros, con Carlos E. Restrepo, Eduardo Santos, Luis Cano, Efe Gómez, Max Grillo, Antonio José Restrepo, Rafael María Carrasquilla, así como con el suplemento de El Espectador, y las revistas Universidad, Sábado, Cromos y Colombia. Un ejemplo diciente de dicha crítica, en este caso contra Rueda Vargas, es la siguiente línea: “Las gentes le diagnostican talentos ante tres síntomas inequívocos: las gafas, la calvicie y la joroba […]” (La República, No. 396, 26 de junio de 1922). Ahora bien, cuenta la autora de la investigación que Enrique Restrepo les exigió a los integrantes del grupo una crítica objetiva, dirigida a las obras y no a los hombres: “Un mal soneto se convierte en razón del menoscabo del honor de los parientes próximos del poeta […] La obra –es decir, el motivo indispensable de la crítica– deliberada o involuntariamente se olvida” (La República, No. 415, 18 de julio de 1922). Es necesario decir que la influencia de los arquilókidas se manifestó en un grupo de jóvenes barranquilleros, que en 1922 se propusieron continuar sus manifestaciones en la edición de la revista Caminos, publicación que sólo logró coleccionar algunos números, con la participación de los ex miembros de Voces: C. Pérez Amaya, A. Orts-Ramos, Luis Hernández Posada y Fernando D’Andreis. Ahora bien, la participación central estaba cifrada en Manuel García Herreros, fundador y director del grupo y la revista, quien admitía –sin consideraciones– que la literatura colombiana seguía arraigada al romanticismo más antiguo. La tensión entre Los Nuevos y los Centenaristas también está expuesta en las páginas de El Sol. Diario de la mañana (1922), de Luis Tejada y José Mar. Esta publicación alcanzó 34 números, en los que Los Nuevos exigieron una renovación poética y política. Algo similar –guardadas las proporciones–, sucedió posteriormente en la revista Los Nuevos (1925), por lo menos en el plano literario. En esta última publicación participaron Alberto Lleras Camargo, Rafael Maya, Germán Arciniegas, Eliseo Arango, José Enrique Gaviria, Abel Botero, Jorge Zalamea, León de Greiff, Francisco Umaña Bernal, José Mar, Manuel García Herreros, Luis Vidales y C.A. Tapia. Al finalizar la publicación de Los Nuevos sus miembros se hicieron un espacio en diferentes medios nacionales, por ejemplo, en Lecturas Dominicales, suplemento de El Tiempo, que apareció en 1923, dirigido por el centenarista Eduardo Santos Montejo (quien apenas sentía algo de curiosidad por las nuevas manifestaciones literarias). Ahora bien, es necesario señalar que el crítico habitual del suplemento fue Eduardo Castillo, escritor que nunca logró una crítica incisiva, y que en muchas ocasiones se limitaba a presentar en sociedad a los escritores. Entre Los Nuevos que publicaron en el suplemento vale la pena mencionar a Alberto Lleras, Rafael Vásquez y Rafael Maya. Los Nuevos también participaron en Suplemento Literario Ilustrado, de El Espectador, aparecido en 1924 de manera semanal, en el que se intensificaron las polémicas. El director del diario, Luis Cano, le dio vía libre a Armando Solano para que coordinara el suplemento, convirtiéndolo en su propio medio, desde 1925 y hasta 1927. También es necesario señalar el nombre de Felipe Lleras y la crítica de tinte socialista que hizo en Ruy Blas (1927-1928), publicación que alcanzó 300 números, y que siguió de cerca la línea crítica de Los Nuevos, en oposición a las publicaciones estudiantiles conservadoras, tales como Zig-Zag y la Revista del Colegio del Rosario. Es necesario decir que el diario cerró ante la “Ley Heroica”, que permitía juzgar como delincuentes a los divulgadores de las ideas socialistas. La investigación de Jineth Ardila cierra con “Antivanguardia: centenarismo y tradición”, capítulo en el que se concluye con la idea de que en Colombia no existió una manifestación “organizada” de antivanguardia, pero sí un “pleito generacional” entre centenaristas (casi todos de cuarenta años), contra Los Nuevos (apenas de veinte). Aunque Los Nuevos reconocieron ciertas autoridades pre-centenarista; por ejemplo en Baldomero Sanín Cano, y por extensión en Armando Solano y Alfonso Villegas; los Centenaristas eran los dueños de los diarios de la época; así que el control de la información no estaba en manos de Los Nuevos, quienes –hay que indicarlo– se formaron en esta prensa opositora y le deben a sus contrarios la oportunidad para incursionar en el mundo de las ideas y las letras. En oposición, los intereses de los Centenaristas estaban centrados en la lectura de los clásicos, la educación universitaria (la misma que les exigieron a los integrantes de Los Nuevos), la crítica a la imitación de las excentricidades francesas y al “bolcheviquismo”. Otro apartado de interés de estas contiendas está expuesto en la publicación de Patria. Revista de Ideas (1924-1926), de Armando Solano. La publicación logró 73 números en los que intentó hacer confluir a las generaciones en disputa, sin embargo, la publicación atacó duramente a Los Nuevos, al tiempo que les permitió defenderse. Entre los críticos se debe reconocer el nombre de Luis Eduardo Nieto Caballero, bajo el seudónimo de El nuevecito escritor, quien criticó de manera irónica a la joven generación. Los jóvenes escritores también encontraron oposición en El Nuevo Tiempo Literario, suplemento de El Nuevo Tiempo, que en su segunda época (del 4 de junio de 1927 al 14 de diciembre de 1929) fue dirigido por Ismael Enrique Arciniegas. Se trató de un suplemento tradicionalista, decididamente apático frente a las nuevas manifestaciones. Entre los hombres que fungieron como críticos en sus páginas hay que destacar a su coordinador, y al ya citado Eduardo Castillo, bajo el seudónimo de Florisel. Las críticas contra Los Nuevos adquirieron, por momentos, tintes de ridiculización, o así es de notarse en “La rima”, de Arciniegas: ¿Decís que la rima ya ha muerto, y que es ruido De compás monótono, muy fuerte al oído, Y que rotos ritmos son música interna Para los arcanos del alma moderna? ¿Música? ¿Más cuándo lo que no es eufónico Por suerte ha dejado de ser inarmónico? Descoyuntamientos, y palabrería, No serán ni han sido jamás Poesía. (El Nuevo Tiempo Literario, No 53, 7 de enero de 1928). La autora asegura: “En últimas, El Nuevo Tiempo Literario dio cuenta del nuevo tiempo literario, aunque de una manera sesgada, que debía conducir a que los lectores se sintieran informados, pero se cuidaran de sentir simpatía hacia las ya para entonces no tan nuevas tendencias estéticas del momento, en los años finales del decenio, cuando la lucha generacional se había quedado sin quórum” (277). La investigación cierra con una rápida conclusión: tanto centenaristas como los más jóvenes terminaron sus días en labores propias del Estado, algunos de ellos como diplomáticos y directores de obras públicas. En el aspecto literario, al final, no quedaron ni protagonistas, ni tampoco se sucedieron otras discusiones. Lo “logrado” por Los Nuevos será retomado, parcialmente, por los Bachués, aunque será Baldomero Sanín Cano la figura que hará propia la continuación de las discusiones y la disconformidad con la tradición. Tal como se expuso al principio, esta investigación es una invitación a leer las fuentes originales de estudio: la prensa literaria; es también un reto lúcido de exposición y análisis de las discusiones literarias que hicieron a la literatura lo que fue en la segunda década del siglo XX. Es también un ejemplo de organización conceptual y metodológica en la exposición de cada uno de sus capítulos. En términos generales, es un detallado estudio académico, juicioso y sistémico. es
dc.languageEspañol-
dc.publisherBogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2013-
dc.subjectPublicaciones periódicas-
dc.subjectPrensa del siglo XX-
dc.subjectRevistas literarias-
dc.subjectCrítica literaria-
dc.subjectModernismo-
dc.subjectVanguardismo-
dc.subjectLiteratura y arte-
dc.titleVanguardia y antivanguardia en la crítica y en las publicaciones culturales colombianas de los años veinte-
dc.typeLibros-
dc.description298 p.-
dc.identifier.titleno7109-
Aparece en las colecciones: SILC

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