Nada, ni siquiera Obdulia Martina

Abstract

A Obdulia Martina la emparedaron porque había cogido la lepra. Le empezó como una mancha roja cerca de los labios y luego se le regó por todo el cuerpo. ¿Quién se lo iba a imaginar? Si hasta el boticario pensó al principio que era apenas una cuestión de acné. Tenía catorce años y era la mayor de los Buelvas, quienes vivían en la llanura al lado del río. El que dijo que era lepra fue el facultativo amigo del padre de Obdulia. No tuvo sino que verla para enterarse de su mal. Para evitar que enviaran a la muchacha para el Lanzarote de Caño de Oro, en el mar de Cartagena, lugar al que mandaban a todos los leprosos de la región, recomendó un aislamiento propio. Entonces construyeron una estructura sin ventanas y ahí emparedaron a Obdulia. La luz se colaba apenas por algunas rendijas del techo, por lo cual adentro reinaba la penumbra. E hicieron también un torno a través del cual le daban la comida y le entregaban las notas que su mamá escribía hasta que sucumbió a la desesperación. A Obdulia nunca le preguntaron si aprobaba tal decisión, la encerraron así no más, jugando a las escondidas. Ella contó hasta cincuenta pero ya no salió más, había quedado atrapada. A sus recuerdos pronto los venció el olvido y a su cuerpo un lento despedazamiento. Roberto Burgos Cantor nació en Cartagena en 1948. Cuentista, novelista, además de abogado y diplomático. Entre sus obras se destacan los libros de cuentos Lo amador, De gozos y desvelos, Quiero es cantar y Juego de niños; sus novelas El patio de los vientos perdidos, El vuelo de la paloma y Pavana de ángel. Ha sido traducido a diversos idiomas. El texto aquí reseñado hace parte de la antología Cuentos y relatos de la literatura colombiana (Tomo II), seleccionada por Luz Mary Giraldo.